¿Cuántas veces Ud. ha oído la siguiente frase?: » Qué bueno que se maten entre ellos, que desaparezcan esas lacras», a veces con palabras más fuertes, pero poniendo en relieve que nadie decente llorará un cadáver de algún flaite o inmigrante o narcotraficante, excepto sus propios familiares, los cuáles deben ser de la misma calaña maloliente y delincuencial. De buenas a primeras suena de sentido común estar de acuerdo con este pensamiento de correcto ciudadano, que tiene un aire de juzgamiento y castigo rápido, muy propio de individuos como Trump o Kast o Kaiser, pero peligrosamente muy parecido a la justicia que le presta el mundo narco a su entorno inmediato en las poblaciones; esto es porque la protección a sus vecinos, que deben hacer «vista gorda» actuando en connivencia con los narcos y/o delincuentes, es un pacto tácito de protección del entorno poblacional con este sistema de justicia rápida e irreversible, lo que termina emparentando a la élite dirigencial con los «capos» narcos; la filosofía detrás es la misma: » La Justicia soy Yo» y, en consecuencia a este razonamiento, «Yo decido lo que es el Bien y el Mal».

Aparte de lo poco apegado a un Estado de Derecho como el que nos reúne como ciudadanos, nos suena muy poco humanitario escuchar y estar de acuerdo con este tipo de afirmaciones, pero esos matices, se entiende, pasan más por los valores individuales de los cuales no hay una estandarización o molde al cual ceñirse.

Dejando de lado esta consideración ética o moral, lo más peligroso es que se instala un ambiente de indiferencia con el crimen, crimen que como cualquier otro debería ser investigado y perseguido siempre, aun cuando el afectado y el perpetrador sea el más insignificante eslabón de la cadena productiva de nuestra sociedad, y quienes lloren y extrañen a la víctima sean pobres habitantes de nuestro suelo nacional; el crimen se debe investigar, porque esa arma que hoy mata a un delincuente mañana matará a un inocente o a un juez o a un carabinero o un PDI o cualquiera de nosotros y a lo mejor ahí va a dejar de ser un crimen más de otro flaite, quizás ese otro crimen produzca alarma pública, como ha ocurrido cuando la misma arma que mata a un venezolano en una población marginal de Santiago a los 4 meses después aparece en el crimen de un carabinero en Negrete o cualquier otro pueblo del sur o del norte. Ha pasado un par de veces en la historia judicial de Chile, y seguro les ha pasado en U.S.A. La policía nunca debe dejar que los crímenes de su jurisdicción queden sin investigar e impunes, tanto en cumplimiento de su mandato constitucional y como honrando su juramento de proteger a los más débiles.

Podrá Dorothy Pérez determinar cómo ha disminuido la prestancia y el servicio prestado por el cuerpo de Carabineros después del estallido social, donde dejaron de acudir con la celeridad y prestancia con que lo hacían antes del estallido; donde la población los vio desaparecer de las calles en su labor preventiva-disuasiva, con un aumento de las incivilidades pequeñas y estúpidas por parte de los ciudadanos corrientes no delincuentes y el verdadero alzamiento de la delincuencia dura y pura de los narcotraficantes y ladrones profesionales y amateurs, la que ha crecido a niveles desproporcionados creando esa atmósfera de desgobierno y anarquía en muchos lugares de Chile. Sería una buena noticia el cruce de información entre la tardanza en la concurrencia a las denuncias y su reguero de muerte y mutilaciones, además de la incapacidad de resolver los crímenes tuvieran un castigo ejemplarizador para que nunca más se queden en sus asientos sin querer defendernos, y a eso ayudará mucho el reducir las licencias de aquellos carabineros que anteponen su bienestar y placer personal al espíritu de cofradía y compañerismo que debería impregnar la acción policial, los que desaparecen en tiempos difíciles deberían ser castigados por traición; además de su notoria desaparición de controles de carreteras en cuanto a la velocidad y el traslado de mercaderías de contrabando, animales robados, incluso cadáveres enteros o mutilados por nuestras carreteras sin que nadie pueda detener o frenar esta epidemia de no hacer el trabajo a la cual nos estamos resignando y nos obliga a buscar soluciones desde el mundo privado a un problema que le pertenece al Estado, quién por medio de sus agentes del Estado encargados de que funcione el Imperio de la Ley: Carabineros, PDI, fiscalizadores de Impuestos Internos y Aduanas, SAG, Seremis, Inspectores municipales deben hacer el trabajo de parar este «tsunami» de desgobierno.

Por malgusto

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Joakin

Es una lastima que la revancha de carabineros con la ciudadania haya sido dejar de prestar ayuda

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